SOSTENIBILIDAD: ¿PARA QUIÉN?
Constantemente escuchamos y leemos a expertos en política, economía, ciencia… que realizan análisis y predicciones sobre el futuro. Aunque algunos están bien informados y capacitados para ello, el futuro es actualmente más incierto que nunca antes debido a la evolución tecnológica, la inteligencia artificial, la geopolítica, las guerras, una conciencia colectiva emergente…
En cuanto al papel que juegan las empresas, por un lado, vemos que transitan hacia energías renovables, reemplazan modelos de producción lineales por circulares, implementan prácticas agrícolas regenerativas, planes de adaptación… Por otro, estos cambios no abordan las causas profundas de la desigualdad y la pobreza. Mientras que algunos tienen acceso a estos recursos sostenibles, los pobres carecen de ellos y la brecha se hace más grande porque son más costosos. Las políticas de sostenibilidad no consideran a los y las más vulnerables, perpetuando la exclusión y la desigualdad.
BIENESTAR: ¿PARA QUIÉN?
Quienes todavía disfrutamos de una aceptable calidad de vida laboral confiamos en que la transición hacia la sostenibilidad nos beneficiará con el nuevo modelo de empresa que trae consigo. Mientras que en el pasado las empresas tenían un modelo de gestión con un control rígido, ahora avanzamos hacia el modelo 3.0, que se centra en un enfoque humano y ético, valorando las emociones y necesidades de trabajadores y trabajadoras, clientes y otros grupos de interés. Este modelo promueve la sostenibilidad, la responsabilidad y el bienestar social y ambiental. Además, prioriza valores éticos y el desarrollo de habilidades blandas. Está diseñado para crear un entorno de trabajo colaborativo, flexible y comprometido con la comunidad.
Sin embargo, en primer lugar, me pregunto: ¿comprometido con qué comunidad? Segundo, ¿hasta dónde llega la responsabilidad social? El trabajo del futuro se presenta con una cara amable: horarios flexibles, teletrabajo, y empresas que parecen preocuparse por nuestro bienestar. Pero esta máscara de progreso esconde una cruda realidad paralela: la externalización de producción y servicios, que crea trabajadores y trabajadoras invisibles, con menos derechos y salarios más bajos.
CAMBIAR EL PARADIGMA
No podemos conformarnos con un progreso superficial que oculte la desigualdad y la precariedad. Las empresas deben comprometerse con acciones que impulsen el trabajo decente (ODS 8) a nivel global, porque tienen una responsabilidad real, reparadora y correctiva en la creación de un mundo más justo y sostenible. En cuanto a los trabajadores y trabajadoras, debemos exigir condiciones laborales dignas, tanto para nosotros como para quienes producen los bienes y servicios que consumimos. Es necesario un cambio de mentalidad que priorice la colaboración y la solidaridad por encima de un afán de acumulación de riqueza obsceno, una competencia feroz y despiadada y un individualismo nihilista.